En la película el señor Martin, el “dueño” de Andrew, nota que su robot comienza a tener comportamientos que no son los esperables para un robot, como su creatividad o curiosidad. Por ejemplo, cuando talla la figura de madera sin que nadie se la haya pedido, es decir, por iniciativa propia. Los robots en la película están programados para seguir órdenes directas, seguir instrucciones y no desarrollar talentos artísticos o tener ideas propias.
Más adelante en la película Andrew reclama su libertad, libertad no sólo pensada como el no tener que seguir cumpliendo un deber o aquello que sus “dueños” le piden, sino como algo que es inherente a los seres humanos, algo tan valioso por lo que, a lo largo de toda nuestra historias, hombres y mujeres lucharon para reclamarla, protegerla y defenderla. Andrew entiende que para el ser humano la libertad es esencial, es constitutiva de éste y por eso la reclama, la pide, la busca comprar.
Otro de los aspectos constitutivos o bien, esenciales, del ser humano que se remarca en la película es la inmortalidad, el hecho de que en algún momento todos vamos a morir. Andrew pide ser reconocido como ser humano ante el Congreso Mundial y se lo niegan ante el hecho de que es inmortal, por más que sea un robot que posea libertad, emociones, sentimientos, órganos. Ante ésto continúa con su vida, hasta que la inmortalidad no solo se transforma en aquello que le impide ser considerado verdaderamente un ser humano sino que, significa una “vida” en soledad ya que, sus seres queridos son seres finitos, no poseen la posibilidad de vivir eternamente. La elección del protagonista de morir humanamente representa un acto de resistencia ante su existencia como máquina, esta muerte implica un reconocimiento de su identidad, de su evolución personal y de aceptación de su propia finitud, aceptación que da lugar a que lo conciban finalmente como ser humano.