La vida toda del ser humano es un proceso de aprendizaje continuo. Desde que nacemos hasta que morimos aprendemos gracias al aporte y al acompañamiento de distintos actores, más o menos afectivos, sean del entorno familiar y/o del ámbito social-institucional educativo.
La clase 3 me ha enfrentado a varios interrogantes, todos ellos muy importantes, pero los que más me impactaron fueron:
¿A enseñar se aprende enseñando?
Estoy convencida de que sí, a enseñar se aprende enseñando. Basándome en lo expuesto en “tipos de aprendizaje”, lo considero un aprendizaje por descubrimiento porque la práctica por intuición o por ensayo-error nos ayuda a mejorar la performance lo que se convierte en un proceso de autoaprendizaje. Aprender y enseñar o enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda o partes de un mismo proceso que se retroalimenta. Todo docente que brinda sus conocimientos y experiencias recibe lecciones de sus alumnos, que abren nuevas posibilidades de aprendizaje y enriquecimiento.
¿Hay que formarse para enseñar?
Sin dudas que otra vez, sí. También los docentes necesitamos del aprendizaje por recepción, y en este sentido no solamente de la formación académica propiamente dicha sino también de aquellos valores inherentes a la persona.
En lo personal, agregaría que también “a enseñar se aprende aprendiendo de quienes nos enseñaron”.
Mi larga experiencia como alumna me ha nutrido mucho en tal sentido. Aquellos grandes profesores que me acompañaron en algún tramo de mi camino universitario y post-universitario me han entregado mucho más que su sapiencia: me han brindado, consciente o inconscientemente, herramientas pedagógicas válidas, me han mostrado valores supremos con autoridad moral y (he aquí donde creo que está la clave fundamental), sobre todo, “amor vocacional”.
Los grandes “maestros” son aquellos capaces de transmitir con pasión lo que saben, son los docentes que inspiran, entusiasman, contagian e invitan a más.