1. ¿De qué manera mis propias emociones influyen en mi práctica pedagógica diaria?
Mis emociones están presentes en cada momento de mi práctica profesional supervisada. En la práctica psicopedagógica con niños de segundo grado, me doy cuenta de que mi estado emocional puede facilitar o entorpecer los procesos que llevo adelante. Si estoy atravesando un día complicado, si estoy angustiada, ansiosa o simplemente agotada, noto que me cuesta más escuchar con paciencia, contener a los chicos o sostener situaciones de frustración.
Pero cuando logro identificar lo que siento, hacer una pausa y autorregularme, me vuelvo más disponible para acompañarlos. Por ejemplo, si un niño se frustra porque no puede resolver una actividad y reacciona con llanto o enojo, mi manera de intervenir va a depender mucho de cómo estoy emocionalmente. Si estoy tranquila, puedo acercarme, validar lo que le pasa, ofrecerle ayuda y generar un espacio de contención. Si no, corro el riesgo de responder de forma automática o con poco tacto.
Por eso considero que trabajar con mis propias emociones no es algo accesorio, sino esencial para construir vínculos significativos y favorecer el aprendizaje de los chicos desde un lugar respetuoso y humano.
¿De qué manera la formación en Inteligencia Emocional puede impactar en la prevención del estrés y el burnout docente?
Estoy convencida de que la formación en Inteligencia Emocional es una herramienta fundamental para cuidarnos y sostenernos en esta profesión. Trabajar con niños implica una gran carga emocional: acompañamos historias difíciles, frustraciones escolares, conflictos familiares, y todo aquello que conllevan las trayectorias reales de los estudiantes. Todo atraviesa.
Cuando no tengo herramientas para procesar lo que me pasa o cuando no me doy el tiempo para registrar mis emociones, el cansancio se acumula y aparece el riesgo del burnout. Pero cuando cuento con recursos emocionales, puedo detectar a tiempo las señales de estrés, pedir ayuda, reorganizar mi trabajo y sostener el acompañamiento sin lastimarme ni lastimar a otros.
Desde la psicopedagogía, también considero que existe un rol importante con los docentes. Muchas veces necesitan ser escuchados, poder hablar de lo que sienten en su tarea cotidiana. En esos espacios, la psicopedagogía puede acompañarlos desde una escucha atenta, validando lo que les pasa y ofreciendo sugerencias o recursos que ayuden a mejorar el clima del aula. La Inteligencia Emocional no es solo algo que aplicamos con los chicos, sino también entre adultos, dentro del equipo de trabajo. Cuando logramos generar vínculos más empáticos y colaborativos, todo el sistema se fortalece
3. Pensando en el futuro de la formación docente, ¿qué rol debería tener la Inteligencia Emocional en los planes de estudio de las carreras de educación?
Desde mi mirada, la Inteligencia Emocional debería tener un lugar central en la formación docente.
En mi caso, trabajando con niños pequeños, muchas veces me encuentro con emociones intensas: angustia, enojo, miedo, incluso alegría que cuesta canalizar. Si no me preparo para eso, corro el riesgo de desconectarme emocionalmente o de responder de manera impulsiva.
Además, considero fundamental que en los planes de estudio también se incorporen temas como la gestión de conflictos, la comunicación no violenta y el trabajo sobre habilidades sociales. Estas herramientas son necesarias para generar un clima de aula más saludable, prevenir la violencia escolar y fortalecer el vínculo pedagógico. Si los futuros docentes no reciben formación en estas áreas, se ven más expuestos al desgaste emocional, a situaciones que los sobrepasan y que terminan afectando tanto su salud como el aprendizaje de sus alumnos.
4. ¿Qué estrategias puedo implementar para ayudar a mis estudiantes a desarrollar habilidades de regulación emocional y empatía?
En mi PPS con niños de segundo grado, se aplican varias estrategias que apunta a justamente:: ayudarlos a reconocer lo que sienten y a ponerse en el lugar del otro.
Una de las cosas que más se utiliza es reconocimiento de emociones a través de imágenes. Tarjetas con caritas o situaciones cotidianas, donde se propone que elijan cuál representa cómo se sienten. Eso les da palabras para expresar lo que a veces no saben nombrar.
También uso cuentos que abordan emociones como el miedo, el enojo o la tristeza. Además, existe una área de expresión artística. Donde se mezclan habilidades que conllevan el manejo del cuerpo, de las emociones, de los sentidos, respiración, etc.
Además, en cada oportunidad trato de dar lugar a que hablen sobre su día, sobre lo que les pasó. Y cuando hay conflictos, aprovecho para trabajar en conjunto: escucharlos, ayudarles a identificar lo que sintieron y buscar juntos formas de reparar.
Por último, con la docente de grado, consideramos que "nuestro propio ejemplo es clave". Cuando pongo en palabras cómo me siento (“Estoy un poco preocupada, pero igual estoy acá para ayudarte”), les estoy mostrando que está bien sentir, que las emociones no son un problema, y que se pueden gestionar. Eso, poco a poco, va sembrando en ellos la capacidad de autorregularse y de tener en cuenta al otro.