La incorporación a nuestra vida cotidiana de nueva tecnología e Internet que nos permite estar conectados con otras personas a través de plataformas digitales, ha cambiado paulatinamente, pero con impactos revolucionarios, las maneras de comunicar.

Son cambios culturales porque cambian las formas en que las personas se relacionan y construyen sentido sobre su entorno; pero cambios que no se producen en territorios aislados o sin afectar a otros continentes. Esta vez, en esta parte de la historia de la humanidad, los cambios son globales. Como dice Scolari (2008), “sin perder de vista la especificidad de cada sociedad, los procesos que hoy nos afectan no son exclusivos de una clase geográfica o de un continente social, sino que pertenecen a una dimensión global”.

Ante este panorama, es necesario analizar esta revolución tecnológica que vivimos desde principios de siglo sin considerarla aislada de los cambios sociales (y, por ende, culturales) que suscita. “No podemos pensar en los hipermedios como si sólo fueran un artificio tecnológico. Las tecnologías digitales y los nuevos medios «son más que meros instrumentos o máquinas. La tecnología y la tecnocultura incluyen todos los significados y sistemas que ofrecen y permiten las máquinas y artefactos digitales que circulen en la cultura” (Scolari, 2008). Es decir, por más que las revoluciones se den tecnológicamente, esas nuevas incorporaciones a la vida cotidiana de los seres humanos trae aparejado cambios en la manera en que las personas se relacionan y, por tanto, significan al mundo. Estamos atravesando, así, cambios culturales que incorporan nuevos hábitos, prácticas, idiosincrasia, actitudes ante nuestro entorno.

El desafío ahora es desnaturalizar esos cambios culturales que provocó la incorporación de nueva tecnología, y analizarlos para entender cómo impactan en el campo profesional de la comunicación. En este sentido, no pretendo teorizar sobre la ciencia de la comunicación, sino qué sucede con las prácticas profesionales en este contexto digitalizado. 

Para conocer el desarrollo de las Teorías de la Comunicación y los distintos paradigmas que fueron surgiendo a lo largo de la historia, les recomiendo la lectura de la Introducción y Primer Capítulo de Hipermediaciones, de Carlos Scolari (2008).

En esta era digital, podemos observar que aparecen nuevos soportes que exigen adaptar los formatos ya conocidos (audio, video, texto, imagen) a lógicas diferentes que combinan unos con otros y los entrelazan a través de las distintas plataformas. Surgen herramientas y recursos que agilizan los procesos productivos y de edición de esa información, a la que rápidamente empezamos a denominar contenidos. Básicamente, el contenido es lo que va a rellenar esas plataformas o soportes (nuevos medios de comunicación), lo que va a encuadrarse dentro de un formato determinado que le de forma o le permita visibilizarse o exteriorizarse. En otras palabras, el qué de nuestro mensaje. (Ya veremos más adelante que contenido no es lo mismo que formato ni soporte).

Tenemos entonces, una persona que produce contenido a través de nueva tecnología. Pero, en el uso de esta nueva tecnología digital, uno de los actores fundamentales de todo proceso comunicacional adquiere gran preponderancia: las audiencias. Ya no se trata de personas pasivas que recepcionan una información, ni un público capaz de responder a través de espacios destinados a la retroalimentación; por el contrario, se constituyen en un elemento indispensable al momento de decidir qué comunicar. Estas nuevas audiencias, se despojan de ese espacio de recepción y son ellos los que, con sus intereses y nuevas tendencias, “marcan la cancha” de qué es lo que quieren ver, oír, escuchar, consumir. Y los productores de contenidos, los comunicadores, se disputan a diario la atención de estos públicos que, tan sólo con un click, pueden “saltar” a otro contenido que les resulte más atractivo o les despierte mayor interés.

Y así, rápidamente, se reconfiguran las lógicas de qué y cómo comunicar; incluso, de quiénes comunican. Nos centraremos aquí en el desafío que estos cambios culturales, suscitados por la incorporación de tecnologías y medios digitales, comienzan a reconfigurar los procesos profesionales de la comunicación.

En el texto Desafíos que se presentan a las teorías e investigaciones de la comunicación de masas en el siglo XXI, por Bryant y Miron (2004), en el libro Hipermediaciones de Scolari (2008), el autor cuenta sobre el estudio basado en el análisis de los artículos publicados por Bryant y Miron en los principales journals estadounidenses, en el cual describe en pocas palabras la siguiente pregunta: ¿Cómo han recibido las teorías de la comunicación la llegada de la revolución digital? 

• Los medios tradicionales están sufriendo una transformación en una escala de forma y expresión que se puede resumir en el concepto de convergencia.
• El modelo clásico de los medios masivos (uno-a-muchos) es desplazado por las nuevas formas reticulares e interactivas de comunicación (muchos-a-muchos).
• Las conductas de los poderes económicos que controlan los medios llevan a un progresivo desentendimiento de las funciones sociales de los mismos.
• Las audiencias se están transformando de manera muy rápida.
• El lugar tradicional de consumo mediático, la familia, está sufriendo fuertes transformaciones que terminan por influir en los procesos de Interpretación.
• La digitalización y la pervasividad de las redes están redefiniendo la vida hogareña.


Última modificación: viernes, 16 de mayo de 2025, 18:35