¡Hola a todas y todos! ¿Cómo están? Algunos de los principales aportes que brinda la especialista Molina Rosa en el video, según mi interpretación, giran alrededor de los siguientes temas:
• Relación entre la mente y el cuerpo, siendo el segundo una especie de escenario donde confluye e influencia lo primero. Si bien se considera a la mente y el cuerpo como uno mismo, también existen ciencias y espacios como la medicina y la psicología que las “trabajan” por separado, esto obviamente tiene su explicación epistemológica y/o metodológica, pero más adelante se puede deducir que es necesario en algunos casos, frente a determinados temas, trabajarlos de forma conjunta, ya que en el ideario común, muchas vece las afecciones de índole “emocional” son consideradas menos “importantes que aquellas de índole física.
• Somatización: como forma de afrontar el dolor. Como se da en cada individuo y como la sociedad lo condiciona. Aportando un nuevo término “Marcador somático”
• Problemática del “Estrés y la depresión” en estos últimos años, en niños, jóvenes y adultos, ya sea en ámbitos académicos como escuelas, pero también en el trabajo o en la misma familia.
• Importancia de los traumas como por ej. muerte de seres queridos o catástrofes naturales, y microtraumas como el bulliyng en la vida de los niños y jóvenes.
• Porqué a algunos le cuesta mucho pedir ayuda a otros.
• Porqué es importante enfrentar los miedos y traumas y poner nombre a lo que sentimos
• Como afecta a los niños acciones de los padres como sobreprotección o autoritarismo, como se refleja esto en la vida del joven, desde la niñez hasta la adultez y el papel que juega “poner límites” en una crianza sana.
• Qué papel puede jugar el “rechazo” en la familia, en la escuela, en el trabajo.
• Resiliencia: que es, y como se da en los individuos.
• Flexibilidad cognitiva: como capacidad para adaptarse a situaciones adversas.
• Qué importancia se le da a la salud mental hoy en día, cuando de verdad se lo trata como debería tratarse, y cuando puede caer en una cuestión de “modas”
A diario observo cómo se entrecruzan realidades complejas en nuestras escuelas, donde no solo se enseña a leer o a resolver ecuaciones, sino también a convivir, a conocerse, a gestionar emociones y, en muchos casos, a sostener emocionalmente a niños, niñas y adolescentes atravesados por dolores invisibles –resaltando el hecho de que las formaciones profesionales académicas, no preparan a los docentes para la mayoría de los casos que quedan por fuera de lo disciplinar-.
Como educador, sostengo firmemente que mente y cuerpo no están separados. Son una unidad –ya desde tiempos remotos, las discusiones filosóficas giran alrededor de este tema-. Sin embargo, a lo largo de la historia del conocimiento, distintas disciplinas como la medicina o la psicología han intentado comprenderlos por separado para poder analizar con más precisión determinadas manifestaciones, síntomas o comportamientos, esto debería servir como fuente de acción, mas no como acción de “separación”.
En este sentido, la somatización es una muestra clara de esa interrelación. Es cuando el cuerpo grita lo que la mente calla. He visto estudiantes con dolores de cabeza persistentes, dolores abdominales, insomnio, taquicardias, sin causas médicas aparentes. Al indagar más profundamente, encontramos detrás un contexto de violencia, ansiedad por exámenes, falta de contención familiar, miedo al fracaso o una autoexigencia desmedida –en la mayoría de los casos externos al individuo, exigencias provenientes de por ej. la sociedad o cultura que los rodean-.
Las afecciones psicoemocionales, como el estrés o la depresión, no siempre son consideradas con la misma urgencia que las dolencias físicas. Vivimos en una cultura que premia la productividad, el rendimiento académico o laboral, y que muchas veces deja en segundo plano la salud mental. Esto se evidencia hoy más que nunca: niños estresados en edad escolar, adolescentes con trastornos de ansiedad y depresión, docentes con licencias prolongadas por burnout, adultos con crisis de pánico o cuadros depresivos profundos –de allí el aumento de los ansiolíticos o la medicación en sujetos cada vez más jóvenes-.
Las causas son múltiples, y muchas veces se originan en eventos traumáticos: la muerte de un ser querido, separaciones familiares, violencia doméstica o incluso microtraumas, como el bullying escolar, el rechazo por parte de sus pares o el abandono emocional. Estos eventos pueden dejar marcas duraderas si no son atendidos, y muchas veces no se les da la importancia que merecen –en el video la especialista establece una analogía más que interesante, una herida emocional debe ser tratada y curada como una herida física, de lo contrario, con el correr de los años, esto puede empeorar o volver a resurgir-.
La dificultad de pedir ayuda también está presente. ¿Por qué a algunos les cuesta tanto hacerlo? Porque pedir ayuda implica mostrarse vulnerable, reconocer que no se puede solo, y eso, en una sociedad que idolatra la autosuficiencia, es percibido como una debilidad.
Como asesor pedagógico, no puedo dejar de lado el vínculo fundamental entre las familias y las escuelas. Este lazo, a veces frágil y otras veces sólido, tiene un impacto directo en el bienestar emocional de los estudiantes. La calidad del vínculo entre padres e hijos, entre docentes y alumnos, y entre escuela y familias, configura un entramado que puede fortalecer o debilitar la salud emocional.
En la escuela también se juega mucho el rechazo. Rechazo entre pares, entre docentes y alumnos, o incluso del sistema hacia aquellos estudiantes que no encajan en los moldes esperados. El rechazo genera heridas silenciosas, que luego se traducen en conductas disruptivas, aislamiento, agresividad o bajo rendimiento. La inclusión genuina, el respeto por las diferencias y el acompañamiento emocional son herramientas necesarias para revertir estas dinámicas.
Sin embargo, no todo es oscuridad. También he sido testigo de múltiples historias de resiliencia: niños y jóvenes que, a pesar de todo, se levantan, sonríen, aprenden y crecen. La resiliencia es esa capacidad de reconstruirse a partir del dolor, de darle un nuevo sentido a la experiencia vivida. Y no es innata: se cultiva, se aprende, se fortalece en contextos donde hay escucha, empatía, amor y oportunidades.
Junto con la resiliencia, la flexibilidad cognitiva aparece como una habilidad vital. Esa capacidad de adaptarse a lo nuevo, de cambiar de perspectiva, de buscar otras salidas cuando las esperadas no funcionan –tengo un recuerdo muy presente de una profesora durante mi formación terciaria, que decía es necesario salirse de esa zona de confort, de interpelarse constantemente-. En momentos de crisis, estas herramientas se vuelven indispensables.
Hoy más que nunca debemos hablar de salud mental. Ya no como un tema tabú, ni como algo que atañe solo a los profesionales de la salud, sino como una dimensión esencial del ser humano que debe ser trabajada en todos los ámbitos: en casa, en la escuela, en los espacios de trabajo. Cuidar la salud mental es tan importante como cuidar la salud física. Y para hacerlo, es necesario nombrar lo que sentimos, hablar de nuestros miedos, reconocer nuestras emociones y acompañar a otros en sus procesos. Un tema muy difícil –en especial en su aplicación-, es la educación emocional, algo de lo cual existen infinidad de investigaciones que sostienen su implementación, de leyes que “obligan” a su aplicación en los ámbitos educativos, sin embargo, las urgencias de la realidad, aun hoy, la dejan siempre para otro momento.
Saludos cordiales a todos. Éxitos.