A)
Al leer lo que plantea Gevaert, lo entendí desde algo que veo en la vida diaria: nadie se define a sí mismo de manera completa si no es en relación con otros. Por ejemplo, pienso en la amistad entre un varón y una mujer que se acompañan en los estudios o en el trabajo: cada uno descubre facetas propias que no había notado antes, justamente porque el otro se lo refleja. Gevaert dice que hombre y mujer no son dos realidades cerradas que luego se juntan, sino que se constituyen en el encuentro, una dimensión que atraviesa toda la persona. Para mí esto significa que la sexualidad no es solo cuestión de hormonas o cultura, sino la manera en que nos abrimos a la presencia del otro, aprendemos de él y nos realizamos en esa reciprocidad. Ser varón o ser mujer no es un dato aislado, sino una forma de existir y de realizarse como persona en la interacción y el reconocimiento mutuo.
B)
Leyendo también las reflexiones de mis compañeros, sentí que compartimos la idea de que Gevaert propone algo diferente a los estereotipos. Yo lo veo incluso en lo cotidiano: muchas veces a las mujeres se las encasilló como “más sensibles” y a los hombres como “más fuertes”, pero en experiencias reales, como en una pareja que cría un hijo, se ve que ambos aportan sensibilidad y fortaleza de distintas maneras, y ninguna es más ni menos. Eso refleja lo que plantea el autor: que la sexualidad es un misterio humano que se realiza en la relación, en el amor y en la fecundidad compartida. Al concebir al cuerpo como medio de presencia y al encuentro interpersonal como espacio de constitución de sentido, se abre una perspectiva más humana e integradora. Lo valioso es que no se trata de jerarquías ni roles fijos, sino de complementarse y crecer juntos. Para mí esa visión es más humana y cercana a la experiencia real de las personas, porque rescata lo mejor de cada uno sin imponer moldes rígidos. Me parece una propuesta respetuosa, rica y cercana a la experiencia real de las personas.